domingo, 7 de agosto de 2016

¿Puedo abrazarte?



Aquí empieza la parábola intrascendente, como la vida, que igual me lleva a la más absoluta locura.

Frase que hubieses entendido, quizás aún más si hubiese sido más inentendible,

Me robaste muchas horas, casi como un huracán poniendo mi vida patas arriba. Y me dejaste sin respiración.

Antes, era antes...

Hablamos sobre lo intrascendente que era el mundo y que solo éramos porque existíamos.

Dimos vueltas como dos peonzas sin cabeza y te fuiste rodando como llegaste. Me quede muy perpendicular, en ese hilo atrapada, rodando por el suelo y preguntándome porque te pensaba. Y te habías ido, pero no te habías ido de verdad. No de mi cabeza.

Me enseñaste tanto...no lo hubieses creído, yo tampoco lo hubiese creído, antes, antes de conocer...

Estaba esa frase, esa frase ¿porque no me mandas a la mierda?

Esa mariposa, cruzándose ante nuestros ojos, ante mis ojos, como un suspiro prohibido.

Estabas apuntándome con un colorido fusil, atravesándome con su luz cerca del West Egg, y me sentía mirando la  misma luz que miraba el famoso Gatsby desde el otro lado del lago, en la otra orilla esperando retomar a su platónico amor. A través de la luz verde, solo verde. Y que ironía su final, aunque totalmente girado.

Ahora sí...

Y ya no más terminando con las eses, gritando inesperadamente y presumiendo de la locura que se enfrascaba en notas, que siempre volaban, siempre gravitando graves cuando te escuchaba, directas al corazón.

La esencia de las cosas, el punto del cosmos y la existencia fluyendo por las venas de cada ser, pero solo si vive, solo si respira. Porque cuando se van vuelven al punto y dejan de ser quienes eran para fundirse con el todo.

Y ya no eres, todo tu universo reducido al todo. Sí, reducido.

Y ahora mismo siento clavada esa voz ajada que me han llegado distorsionada y dolorida a través de un micrófono medio roto.

Exagerada y lokas y bonitas para no volver. Para no respirar y explosionar. Para no ver esa fluidez a través de unos iris casi negros. Para no desear ni reclamarte. Para no verte y reducirte a la última frase que me dijiste que me acercó a ti.

¿Puedo abrazarte?








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